¿Sabes esa sensación de sentir que algo no es lo tuyo? ¿Qué lo vas a hacer y se te va a dar fatal? Pues así he pensado yo siempre que me ocurriría en la Bolsa: tanto para trabajar como para invertir. ¿Por qué? Sencillo, se me da muy mal falsear.

No es oro zanahorias
Fuente: miapropanubo.wordpress.com

No nos engañemos, al final, ¿quién tiene más seguidores? ¿El Josef Ajram de turno y su chupi-fantástica vida de ricachón con (pósters de) Ferraris o una tal Elvira García que no presume más que de lo guapo que es su gato? Pues eso. Y oye, no hablo de la brutal inversión en marketing que hace uno y el lanzamiento de un blog personal el pasado mes de marzo (sin más marketing que el que te cobra el que te diseña la web) que hace la otra.

Así he pensado durante mucho tiempo, y aunque creía llevar razón, estaba profundamente equivocada. Cuando te dedicas a falsear, a dar una imagen de ti superpuesta, a no ser tú, te pierdes, te acabas creyendo tus propias mentiras y ya ni tú mismo te conoces (en la Bolsa o donde sea).

Mira que me ha costado entenderlo, y aún sigo sin hacerlo del todo, no entiendo a la gente que vive en una mentira continua; pero sí siento algo que antes no: profunda tristeza por sus desgraciadas vidas. Porque al final, la cosa no va de tener todas las operaciones ganadoras, ni de reírte a toro pasado y querer ser el Macho Alfa (aplíquese indistintamente a todos los sexos) por tener algún que otro acierto en Bolsa. La cosa es más sencilla: ser transparente, sobre todo con uno mismo.

¿Sabes la de inversores que aunque su broker sepa que estaban perdiendo te decían que iban ganando (un poco, pero ganando)? Y digo yo: ¿de qué les sirve? De ego, les sirve de ego y de auto-convencimiento. Es una de las peores drogas que tenemos en nuestra sociedad, nos hace parecer algo y confirmar que somos patéticos, así de simple.

Yo lo tengo muy claro, sí sirvo para la Bolsa, porque cuando invierto soy consciente de mis limitaciones y que me puedo equivocar (de hecho, me ocurre muchas veces); y, en el trabajo, porque puedo ir de frente con todo el mundo, y eso, a la larga, siempre se agradece.

Cuando empecé a trabajar en ella enuncié el mantra que más me he repetido hasta el día de hoy: “No tengo ninguna bola de cristal, y si la tuviera, primero la utilizaría para mí y luego, ya vería a quién se lo contaría”. Y, he podido comprobar, que ir sin tapujos ha sido lo que me ha hecho que haya clientes que confíen en mí y, también, poder tener la libertad de rechazar a aquellos que venían con la idea de encontrar a la Bruja Lola de las inversiones (¡Spoiler!: No soy yo). Si quieres a alguien que te diga las cosas claras y que no tenga que deber pleitesía a ningún broker o entidad, esta sí soy yo, como diría el Sueño de Morfeo.

Hace poco, más de uno se quedó boquiabierto con la noticia de la separación entre Tamara Gorro y Ezequiel Garay (como para no, reflejaban tener una vida de ensueño). Pues eso mismo pasaría con todos los que buscan hacerse notar “por lo bien que les va”, sea en redes, con su amante escondido o en la Bolsa. Que no te vendan gato por liebre, no hay bola de cristal alguna ni influencer todo poderoso que sea el mejor invirtiendo, al menos no su propio dinero.

Amigos, ni es oro todo lo que reluce, ni hay que sacar a relucir todo el oro.

¿Sabes esa sensación de sentir que algo no es lo tuyo? ¿Qué lo vas a hacer y se te va a dar fatal? Pues así he pensado yo siempre que me ocurriría en la Bolsa: tanto para trabajar como para invertir. ¿Por qué? Sencillo, se me da muy mal falsear.

No es oro zanahorias
Fuente: miapropanubo.wordpress.com

No nos engañemos, al final, ¿quién tiene más seguidores? ¿El Josef Ajram de turno y su chupi-fantástica vida de ricachón con (pósters de) Ferraris o una tal Elvira García que no presume más que de lo guapo que es su gato? Pues eso. Y oye, no hablo de la brutal inversión en marketing que hace uno y el lanzamiento de un blog personal el pasado mes de marzo (sin más marketing que el que te cobra el que te diseña la web) que hace la otra.

Así he pensado durante mucho tiempo, y aunque creía llevar razón, estaba profundamente equivocada. Cuando te dedicas a falsear, a dar una imagen de ti superpuesta, a no ser tú, te pierdes, te acabas creyendo tus propias mentiras y ya ni tú mismo te conoces (en la Bolsa o donde sea).

Mira que me ha costado entenderlo, y aún sigo sin hacerlo del todo, no entiendo a la gente que vive en una mentira continua; pero sí siento algo que antes no: profunda tristeza por sus desgraciadas vidas. Porque al final, la cosa no va de tener todas las operaciones ganadoras, ni de reírte a toro pasado y querer ser el Macho Alfa (aplíquese indistintamente a todos los sexos) por tener algún que otro acierto en Bolsa. La cosa es más sencilla: ser transparente, sobre todo con uno mismo.

¿Sabes la de inversores que aunque su broker sepa que estaban perdiendo te decían que iban ganando (un poco, pero ganando)? Y digo yo: ¿de qué les sirve? De ego, les sirve de ego y de auto-convencimiento. Es una de las peores drogas que tenemos en nuestra sociedad, nos hace parecer algo y confirmar que somos patéticos, así de simple.

Yo lo tengo muy claro, sí sirvo para la Bolsa, porque cuando invierto soy consciente de mis limitaciones y que me puedo equivocar (de hecho, me ocurre muchas veces); y, en el trabajo, porque puedo ir de frente con todo el mundo, y eso, a la larga, siempre se agradece.

Cuando empecé a trabajar en ella enuncié el mantra que más me he repetido hasta el día de hoy: “No tengo ninguna bola de cristal, y si la tuviera, primero la utilizaría para mí y luego, ya vería a quién se lo contaría”. Y, he podido comprobar, que ir sin tapujos ha sido lo que me ha hecho que haya clientes que confíen en mí y, también, poder tener la libertad de rechazar a aquellos que venían con la idea de encontrar a la Bruja Lola de las inversiones (¡Spoiler!: No soy yo). Si quieres a alguien que te diga las cosas claras y que no tenga que deber pleitesía a ningún broker o entidad, esta sí soy yo, como diría el Sueño de Morfeo.

Hace poco, más de uno se quedó boquiabierto con la noticia de la separación entre Tamara Gorro y Ezequiel Garay (como para no, reflejaban tener una vida de ensueño). Pues eso mismo pasaría con todos los que buscan hacerse notar “por lo bien que les va”, sea en redes, con su amante escondido o en la Bolsa. Que no te vendan gato por liebre, no hay bola de cristal alguna ni influencer todo poderoso que sea el mejor invirtiendo, al menos no su propio dinero.

Amigos, ni es oro todo lo que reluce, ni hay que sacar a relucir todo el oro.

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