Lo normal no aburre, aburres tú

Forges
Viñeta de Forges

Un amigo (de los de carne y hueso, no de los que suelen ser inventados para contar historias que no nos atrevemos a decir que nos han ocurrido) me dijo hace unos días que por qué no escribía “de forma más normal”. Al principio no lo entendí, porque pensé: ¿pues de qué forma escribo? Y fijaos, a lo que se refería es a no utilizar palabras de nuestro lenguaje que no son comunes (o al menos no para él) o a hacer alguna que otra ironía difícil de comprender (todo bajo su perspectiva, claro está). Bueno, de hecho, hace no mucho, me llamaron «pedante» en una publicación de LinkedIn que se viralizó (te dejo el enlace para ver si opinas igual).

Contra lo que pueda dar a entender este primer párrafo, no vengo a reivindicar el uso de un buen vocabulario, allá cada cual con su manera de hablar y entender. Lo que quiero es hablar de lo demonizado que está todo lo que es considerado “normal” (en todos los ámbitos). Cada uno que saque sus propias conclusiones o relaciones con lo que se le venga a la mente, solo quiero abrir el melón y que demos alguna vuelta al coco.

Da la sensación de que si, hogaño (perdón, a día de hoy), quieres y anhelas lo natural de la vida, estás o anticuado, o siendo un caradura. Y menudo daño nos estamos dejando hacer con esto, ¿notáis cómo se va difuminando nuestra más pura esencia? Los eslóganes, “informaciones” y teatrillos de turno están ayudando a ello; no olvidemos que lo sostenible y resiliente (de verdad) es una mente que se pregunta, que no se conforma, que quiere entender y, sobre todo, quiere vivir. Y, ¡atención! Puede cuestionar lo que ve a su alrededor (siempre desde el más profundo respeto).

Vivimos una época en la que lo extravagante es lo que mola, lo raro, en definitiva, lo que no es normal. Y perdonadme que la rara aquí sea yo y rompa con esta idea “moderna”. Como siempre me han dicho en casa: “solo se trata de hacer las cosas de forma normal”. ¿Por qué tengo que enfadarme con un amigo en vez de hablar las cosas y tratar de solucionarlas o al menos ver qué ha pasado? Después ya me enfadaré si quiero. ¿Por qué tengo que vivir mi vida conforme a los demás quieren? Debo ser consciente de que nunca podré complacer a todo el mundo. ¿Por qué no puedo defender querer ser madre a los 30 o a los 40? O, ¿por qué tengo que tener el llamado “instinto maternal”? ¿Por qué debo criticar a los que piensen lo uno o lo otro? ¿Debe gustarme más la corbata de Ramón García dando las campanadas de este año que el vestido de Cristina Pedroche? ¿Si critico a cualquiera de los dos se me va a tachar por igual? Ojalá, querida, ojalá.

Señores, que, por suerte, la vida es mucho más sencilla, solo se trata de ser normales, de no buscarle tres pies al gato. Y ojo, no entendáis aquí lo que no quiero decir; no hablo de normalidad en función de nuestros sesgos más internos. Puede ser que un Pattek Philippe no sea el reloj que con más asiduidad (¿esta palabra es normal, no, amigo mío?) vemos por la calle, es especial, no todo el mundo puede llevarlo. Y aquí me podréis decir que un Casio sí encajaría dentro de la palabra “normal”, pero no que, puede ser más normal verlo por la calle (y depende de qué calle, claro). Pero esto no hay que confundirlo con la normalidad en sí misma de la que estamos hablando. Ahí entran los gustos, preferencias individuales y capacidad económica de cada persona, y eso me niego a generalizarlo, ya lo ha hecho bastante la Teoría Neoclásica. De lo que yo hablo es de comportarnos de forma normal, de no buscar enrevesar las cosas, en definitiva, de hacer uso de la primera acepción de esta palabra: hallar las cosas en su estado natural.

No nos equivoquemos: Lo normal no deja de gustar, lo normal no es aburrido, lo normal puede ser lo mejor del mundo. Porque, quizás, escribo esto mientras mi vida atraviesa uno de los peores momentos, y os aseguro que la situación es de todo menos normal. ¡Bendita normalidad! Qué no daría por poder disfrutarla. Lo que, de verdad cansa, aburre y no trae nada bueno es buscar romper con todo, hacer que lo que no comulgue con tu idea sea visto como malo y tratar de manipular las cosas. Y otra cosa poco atractiva a la venta: la misma culpa o más tiene el que se deja engañar que el que engaña.

Así que, por favor, vamos a devolverle poco a poco el encanto a esa palabra, vamos a recuperar lo que no se ha ido aún: la sencillez o extravagancia en una situación (o un reloj) de forma normal. Porque lo simple y lo complejo pueden ser normales a partes iguales, siempre y cuando nosotros nos comportemos como tal y no perdamos (más) el norte. Sobre todo, en una época en la que hace más falta que nunca la normalidad, donde quieren que lo raro se convierta en normal (que no nos reunamos, que perdamos la empatía, que veamos al otro como una amenaza) y, que lo normal sea tachado de irresponsabilidad y desfachatez.

La belleza de lo natural reside en nosotros mismos, no lo dejemos escapar.

Forges
Viñeta de Forges

Un amigo (de los de carne y hueso, no de los que suelen ser inventados para contar historias que no nos atrevemos a decir que nos han ocurrido) me dijo hace unos días que por qué no escribía “de forma más normal”. Al principio no lo entendí, porque pensé: ¿pues de qué forma escribo? Y fijaos, a lo que se refería es a no utilizar palabras de nuestro lenguaje que no son comunes (o al menos no para él) o a hacer alguna que otra ironía difícil de comprender (todo bajo su perspectiva, claro está). Bueno, de hecho, hace no mucho, me llamaron «pedante» en una publicación de LinkedIn que se viralizó (te dejo el enlace para ver si opinas igual).

Contra lo que pueda dar a entender este primer párrafo, no vengo a reivindicar el uso de un buen vocabulario, allá cada cual con su manera de hablar y entender. Lo que quiero es hablar de lo demonizado que está todo lo que es considerado “normal” (en todos los ámbitos). Cada uno que saque sus propias conclusiones o relaciones con lo que se le venga a la mente, solo quiero abrir el melón y que demos alguna vuelta al coco.

Da la sensación de que si, hogaño (perdón, a día de hoy), quieres y anhelas lo natural de la vida, estás o anticuado, o siendo un caradura. Y menudo daño nos estamos dejando hacer con esto, ¿notáis cómo se va difuminando nuestra más pura esencia? Los eslóganes, “informaciones” y teatrillos de turno están ayudando a ello; no olvidemos que lo sostenible y resiliente (de verdad) es una mente que se pregunta, que no se conforma, que quiere entender y, sobre todo, quiere vivir. Y, ¡atención! Puede cuestionar lo que ve a su alrededor (siempre desde el más profundo respeto).

Vivimos una época en la que lo extravagante es lo que mola, lo raro, en definitiva, lo que no es normal. Y perdonadme que la rara aquí sea yo y rompa con esta idea “moderna”. Como siempre me han dicho en casa: “solo se trata de hacer las cosas de forma normal”. ¿Por qué tengo que enfadarme con un amigo en vez de hablar las cosas y tratar de solucionarlas o al menos ver qué ha pasado? Después ya me enfadaré si quiero. ¿Por qué tengo que vivir mi vida conforme a los demás quieren? Debo ser consciente de que nunca podré complacer a todo el mundo. ¿Por qué no puedo defender querer ser madre a los 30 o a los 40? O, ¿por qué tengo que tener el llamado “instinto maternal”? ¿Por qué debo criticar a los que piensen lo uno o lo otro? ¿Debe gustarme más la corbata de Ramón García dando las campanadas de este año que el vestido de Cristina Pedroche? ¿Si critico a cualquiera de los dos se me va a tachar por igual? Ojalá, querida, ojalá.

Señores, que, por suerte, la vida es mucho más sencilla, solo se trata de ser normales, de no buscarle tres pies al gato. Y ojo, no entendáis aquí lo que no quiero decir; no hablo de normalidad en función de nuestros sesgos más internos. Puede ser que un Pattek Philippe no sea el reloj que con más asiduidad (¿esta palabra es normal, no, amigo mío?) vemos por la calle, es especial, no todo el mundo puede llevarlo. Y aquí me podréis decir que un Casio sí encajaría dentro de la palabra “normal”, pero no que, puede ser más normal verlo por la calle (y depende de qué calle, claro). Pero esto no hay que confundirlo con la normalidad en sí misma de la que estamos hablando. Ahí entran los gustos, preferencias individuales y capacidad económica de cada persona, y eso me niego a generalizarlo, ya lo ha hecho bastante la Teoría Neoclásica. De lo que yo hablo es de comportarnos de forma normal, de no buscar enrevesar las cosas, en definitiva, de hacer uso de la primera acepción de esta palabra: hallar las cosas en su estado natural.

No nos equivoquemos: Lo normal no deja de gustar, lo normal no es aburrido, lo normal puede ser lo mejor del mundo. Porque, quizás, escribo esto mientras mi vida atraviesa uno de los peores momentos, y os aseguro que la situación es de todo menos normal. ¡Bendita normalidad! Qué no daría por poder disfrutarla. Lo que, de verdad cansa, aburre y no trae nada bueno es buscar romper con todo, hacer que lo que no comulgue con tu idea sea visto como malo y tratar de manipular las cosas. Y otra cosa poco atractiva a la venta: la misma culpa o más tiene el que se deja engañar que el que engaña.

Así que, por favor, vamos a devolverle poco a poco el encanto a esa palabra, vamos a recuperar lo que no se ha ido aún: la sencillez o extravagancia en una situación (o un reloj) de forma normal. Porque lo simple y lo complejo pueden ser normales a partes iguales, siempre y cuando nosotros nos comportemos como tal y no perdamos (más) el norte. Sobre todo, en una época en la que hace más falta que nunca la normalidad, donde quieren que lo raro se convierta en normal (que no nos reunamos, que perdamos la empatía, que veamos al otro como una amenaza) y, que lo normal sea tachado de irresponsabilidad y desfachatez.

La belleza de lo natural reside en nosotros mismos, no lo dejemos escapar.

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