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«La caída de Faetón»​ – Jan van Eyck

Todos los que participan en la Bolsa tienen un cierto aire a Faetón (o Faetonte) de la mitología griega. Este era hijo del dios Sol, cosa que el propio Faetón desconocía y que, cuando se enteró, corrió a pedirle el carro de caballos que conducía su padre. Este, no sabía conducirlo, y por poco incendió la Tierra al descender y acercarse demasiado a ella; a lo que Zeus respondió lanzándole un rayo que le fulminó, haciéndole caer a él y a sus caballos.

Faetón no es sino la personificación de la osadía de buscar más allá de lo que realmente se puede, o, entrando en materia, aquellos que creen tener la sabiduría absoluta sobre todo lo que ocurre en Bolsa. 

Faeton
«La caída de Faetón»​ – P. P. Rubens

Para entender a qué me refiero, empezaré con las respuestas que da el accionista al filósofo en el Diálogo Primero del escrito de José De La Vega de 1648 (“Confusión de confusiones”). El filósofo, como ya comenté en un artículo anterior, es algo escéptico con la inversión en Bolsa y busca entender cómo funciona el negocio (si es que realmente se puede). Este, pregunta al accionista cuáles son las noticias o eventos que provocan que suban o bajen las acciones. 

La respuesta no me pudo gustar más, ya que el accionista dijo que las acciones “tienen algo de divino”, puesto que cuanto más se piensa en ellas, menos se entienden y, cuanto más se analizan, más se falla. Y, para no dejar al filósofo igual de perdido que estaba antes de realizar su pregunta, destaca los tres estímulos que, según él, son los que provocan que las acciones suban y bajen: el estado de la India (lo que actualmente veríamos como la situación de Oriente), la disposición de Europa (situación política) y el juego de los accionistas (refiriéndose a la gran cantidad de opiniones que existen en Bolsa). 

No voy a entrar aquí a valorar en qué medida influye más la primera que la segunda o tercera y viceversa (pues dependerá del momento, lugar y sesgos), sino en la forma en la que termina el accionista su explicación de qué es más prudente hacer cuando se invierte en acciones: “dejarse llevar por la corriente”. O, dicho de otra forma, no seguir a pies juntillas lo que otros dicen

¿Cuántas veces no has tenido complejo de Warren Buffet? ¿Y tu cuñado? Es algo normal, los seres humanos tenemos muchos sesgos (los llamados «sesgos cognitivos» de los que habla la Economía Conductual). Ya en la época en que escribía De La Vega se establecía como máxima que “en acciones no se debe dar consejo a nadie”. ¡Qué poco caso hemos hecho en esto! Y, oye, la misma culpa tienen los de la bola de cristal que los que compran esas “visiones”. Que no digo yo que alguna vez no acierten, pero dime tú si no influyen otros muchos factores para que suene la campana. Y esto, sobre todo, lo aplico para aquellos auto-denominados “gurús” o los que se inician con unos pocos miles (ni qué decir los de “cientos”) de euros para probar suerte y siguen lo que dicen ciertas personas como un Padre Nuestro.

En resumen, la inversión en Bolsa depende de tantos factores que creerse la bruja Lola es un insulto al mercado y, seguir sin cuestionamiento las recomendaciones de esta, un insulto hacia uno mismo. Porque las acciones en Bolsa, como destaca De La Vega, son como la Torre de Pisa, depende de por dónde se miren será tan acertado comprarlas como venderlas. A ojos de quienes venden, verán en su inclinación cómo se precipitan; y para quienes las compran, verán en esa inclinación una forma de remontar. En cualquier caso, ambos tendrán razón desde su punto de vista, y no hay nada mejor que sentir que se tiene la razón.

Orgullos, disparates e impulsos a un lado, lo único que está claro en Bolsa es que no hay nada claro. Y que, como no puede ser de otra forma, se trata de un negocio de locos, donde todos tenemos la locura de creer entender nuestros presagios, ilusiones y caprichos más profundos.

Nos empeñamos en ser Faetón olvidando que Zeus no deja de controlarnos.

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«La caída de Faetón»​ – Jan van Eyck

Todos los que participan en la Bolsa tienen un cierto aire a Faetón (o Faetonte) de la mitología griega. Este era hijo del dios Sol, cosa que el propio Faetón desconocía y que, cuando se enteró, corrió a pedirle el carro de caballos que conducía su padre. Este, no sabía conducirlo, y por poco incendió la Tierra al descender y acercarse demasiado a ella; a lo que Zeus respondió lanzándole un rayo que le fulminó, haciéndole caer a él y a sus caballos.

Faetón no es sino la personificación de la osadía de buscar más allá de lo que realmente se puede, o, entrando en materia, aquellos que creen tener la sabiduría absoluta sobre todo lo que ocurre en Bolsa. 

Faeton
«La caída de Faetón»​ – P. P. Rubens

Para entender a qué me refiero, empezaré con las respuestas que da el accionista al filósofo en el Diálogo Primero del escrito de José De La Vega de 1648 (“Confusión de confusiones”). El filósofo, como ya comenté en un artículo anterior, es algo escéptico con la inversión en Bolsa y busca entender cómo funciona el negocio (si es que realmente se puede). Este, pregunta al accionista cuáles son las noticias o eventos que provocan que suban o bajen las acciones. 

La respuesta no me pudo gustar más, ya que el accionista dijo que las acciones “tienen algo de divino”, puesto que cuanto más se piensa en ellas, menos se entienden y, cuanto más se analizan, más se falla. Y, para no dejar al filósofo igual de perdido que estaba antes de realizar su pregunta, destaca los tres estímulos que, según él, son los que provocan que las acciones suban y bajen: el estado de la India (lo que actualmente veríamos como la situación de Oriente), la disposición de Europa (situación política) y el juego de los accionistas (refiriéndose a la gran cantidad de opiniones que existen en Bolsa). 

No voy a entrar aquí a valorar en qué medida influye más la primera que la segunda o tercera y viceversa (pues dependerá del momento, lugar y sesgos), sino en la forma en la que termina el accionista su explicación de qué es más prudente hacer cuando se invierte en acciones: “dejarse llevar por la corriente”. O, dicho de otra forma, no seguir a pies juntillas lo que otros dicen

¿Cuántas veces no has tenido complejo de Warren Buffet? ¿Y tu cuñado? Es algo normal, los seres humanos tenemos muchos sesgos (los llamados «sesgos cognitivos» de los que habla la Economía Conductual). Ya en la época en que escribía De La Vega se establecía como máxima que “en acciones no se debe dar consejo a nadie”. ¡Qué poco caso hemos hecho en esto! Y, oye, la misma culpa tienen los de la bola de cristal que los que compran esas “visiones”. Que no digo yo que alguna vez no acierten, pero dime tú si no influyen otros muchos factores para que suene la campana. Y esto, sobre todo, lo aplico para aquellos auto-denominados “gurús” o los que se inician con unos pocos miles (ni qué decir los de “cientos”) de euros para probar suerte y siguen lo que dicen ciertas personas como un Padre Nuestro.

En resumen, la inversión en Bolsa depende de tantos factores que creerse la bruja Lola es un insulto al mercado y, seguir sin cuestionamiento las recomendaciones de esta, un insulto hacia uno mismo. Porque las acciones en Bolsa, como destaca De La Vega, son como la Torre de Pisa, depende de por dónde se miren será tan acertado comprarlas como venderlas. A ojos de quienes venden, verán en su inclinación cómo se precipitan; y para quienes las compran, verán en esa inclinación una forma de remontar. En cualquier caso, ambos tendrán razón desde su punto de vista, y no hay nada mejor que sentir que se tiene la razón.

Orgullos, disparates e impulsos a un lado, lo único que está claro en Bolsa es que no hay nada claro. Y que, como no puede ser de otra forma, se trata de un negocio de locos, donde todos tenemos la locura de creer entender nuestros presagios, ilusiones y caprichos más profundos.

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